14 de mayo de 2012

Mi barrio

por Mathias Klotz

De niño, solía jugar en la calle de mi barrio. Éramos un grupo de veinte o treinta que andábamos en bici, en patines o en skate.

Al llegar del colegio hacía las tareas lo más rápido posible para no perderme tardes eternas jugando al paco ladrón, al caballito de bronce, a las bolitas, al trompo, a la pelota, a correr por las pozas en los días de lluvia, o a encumbrar volantines desde septiembre hasta el verano. Usábamos la calle incluso para jugar tenis o a las naciones. Ningún niño se quedaba en la casa; no existían los juegos de video y en la televisión solo había tres canales en blanco y negro que, en el mejor de los casos, transmitían “Los tres chiflados” o “Viaje al fondo del mar” una vez por semana.


Si bien nuestra calle contaba con una plaza ésta nos parecía pequeña, y el diseño de sus jardines impedía muchos de los juegos que practicábamos. En realidad la veíamos como el lugar para pasear a las guaguas en coche y nosotros preferíamos la calle. Esta era también la realidad de muchos de mis compañeros de curso, y cada vez que éramos invitados a la casa de algún amigo, teníamos la posibilidad de conocer a otros grupos de niños del barrio respectivo.

Con el tiempo crecimos y el hábito de jugar en la calle fue desapareciendo. El aumento del tráfico, los edificios, las compraventas, los lanzas, los autos estacionados, y la llegada del playstation terminaron con la costumbre medio pueblerina de correr por la calle.

Las casas se amurallaron, se electrificaron y muchos barrios residenciales tranquilos comenzaron a deteriorarse con la intromisión de actividades comerciales mal reguladas y poco fiscalizadas. Esto produjo un éxodo de vecinos en busca de tranquilidad. Detrás del comercio, vinieron los cambios de normativa y con ellos los especuladores amparados por alcaldes sedientos de nuevos permisos, patentes y contribuciones que cobrar.

Así se perdieron los mejores barrios de Santiago. El Golf, Providencia, Nuñoa y buena parte de Vitacura fueron demolidos para dar paso a un montón de edificios mediocres.

Desde hace un tiempo esta tendencia a una ciudad centrífuga en busca de nuevos espacios, cada vez más lejos, en una periferia amorfa y sin carácter, se viene revirtiendo y muchos han redescubierto el inmenso valor de los barrios residenciales tradicionales de los años 60 y 70. Y no es sólo una sensación, sino que se refleja en el valor de las propiedades, cuyas mayores alzas en los dos últimos años, se han producido en estas zonas. Junto con esto, los espacios públicos y un sinnúmero de plazas comenzaron de nuevo a poblarse de niños y actividades.

En el caso de mi barrio, la plaza se usa durante la semana como una especie de jardín de comidas, y en los fines de semana no es raro que los vecinos celebren los cumpleaños de sus niños, incluso a veces los suyos propios.

Esta tendencia llega también a los grandes parques, como Quinta Normal o Bicentenario de Vitacura, que apenas abrieron se poblaron de inmediato.

El fenómeno de repoblamiento de las áreas centrales, la masificación del uso del espacio público, y la revaloración de barrios consolidados al interior de la ciudad, es transversal, progresivo e irreversible, y da cuenta de que luego de una especie de letargo, buena parte de la generación de los que jugamos en la calle, añoramos con volver a hacerlo.

Sólo falta que los fines de semana (al menos) se cierren algunas calles para que nuestros hijos jueguen libremente y conozcan a sus vecinos.

Fuente: Revista Vivienda y Decoración Nº 827

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