14 de mayo de 2012

El ir y venir de las estatuas de Santiago

Metros, cuadras y hasta a barrios distintos. Algunas obras conmemorativas de piedra o metal han sido nómades y se han instalado en diversos lugares de la capital.
Por Carlos Reyes Barría

Las 10 toneladas que completaba el monumento de Pedro de Valdivia no fueron obstáculo para que en 1966 se fuera “galopando” hasta la Plaza de Armas. Después de desatornillar los pernos que lo unían a su pedestal y de colocar huinchas de tela alrededor de su caballo de bronce, los maestros a cargo de esa operación alzaron los brazos de la grúa y lo instalaron en un camión abierto, cubierto con maderas. Porque aunque eran sólo 600 metros los que tenía que recorrer, nada podía pasarle a la estatua, fundida en 1963 por el artista español Enrique Pérez Comendador. “Cuentan que fue forjada con el mismo metal de unos cañones españoles usados contra el ejército patriota, en un gesto de paz”, afirma Aldo Roba, funcionario de la Dirección de Obras de la Municipalidad de Santiago.


Las anécdotas de esta figura de seis metros de bronce y pátina negra no llegan hasta ahí. Cuando llegó a la plaza céntrica, la duda era si ponerla frente a la oficina central de Correos -donde existió su casa solariega- o en la esquina nororiente. Y aunque se definió este último lugar, su recorrido no llegó hasta ahí. “Lo que pasa es que quedó mirando hacia la cordillera y daba la impresión de que se estaba escapando de la plaza. Por eso, en 1997 se giró de cara a la Catedral Metropolitana”, explica Roba.

Las razones por las que este y otros monumentos de Santiago han ido desplazándose a lo largo del tiempo no responden más que a las exigencias del progreso: ensanche de avenidas, construcción de trenes subterráneos o instalación de nuevas plazas. Las menos, por un ajuste de cuentas con la historia.

Como pasó con la estatua a José Miguel Carrera, que hasta 2010 estuvo ubicada en la esquina de Dieciocho con la Alameda. Como una manera de poner fin a una rivalidad histórica, después de un avenimiento entre carreristas y o’higginistas, la efigie llegó al ala sur de la Plaza de la Ciudadanía a hacerle compañía al ex Director Supremo de Chile, Bernardo O’Higgins. “Como prueba de que alguna vez Carrera estuvo en Dieciocho, aún es posible ver ahí su base”, cuenta Aldo Roba.

La Plaza Italia no siempre tuvo al general Manuel Baquedano en su centro. En 1910, para el Centenario de Chile, una escultura de un ángel y un león de metal llegó en barco, como un regalo desde Italia. El llamado Monumento a la Colonia Italiana ocupó ese sitial hasta 1928, año en que fue reinstalado frente a la ex Estación Ferroviaria Pirque (al comienzo del Parque Bustamante), para poner en su lugar a quien fuera el comandante en jefe del Ejército durante la Guerra del Pacífico.

La plaza cambió su nombre oficial a Plaza Baquedano, pero la memoria colectiva siempre la siguió recordando como Plaza Italia. Cuando en 1997 comenzaron las obras para construir la Línea 5 del Metro, el símbolo donado por los italianos terminó apostado en el último reducto del Parque Balmaceda, en la parte sur del río Mapocho. Ahí, cada tarde, se reúnen actualmente los bailarines de breakdance a hacer gala de sus piruetas.

“Siempre se procura que, al momento de trasladar un monumento, la nueva ubicación mantenga la dignidad de la obra”, asegura Roba.

Al menos así se procuró con las dos fuentes que hasta la década del 30 estuvieron delante de la fachada norte de La Moneda. Se trata de Las Tres Gracias, obras hechas en hierro forjado y encargadas hacia 1880 a una fundición de París, para adornar el paseo peatonal frente a la Casa de Gobierno. Las piletas representaban la elegancia clásica de tres mujeres: la Belleza, el Hechizo y la Alegría.

En los años 30, cuando las autoridades decidieron construir la Plaza de la Constitución (antes había edificios en ese espacio), las tres musas se esfumaron. Tiempo después, sólo una de ellas apareció en la calle Nueva York, frente a la Bolsa de Comercio.

Otros personajes tuvieron su historia de divorcio y reencuentro en Santiago. Como el dios de los mares, Neptuno, y la ninfa Anfitrite, hoy ubicados en la entrada norte del cerro Santa Lucía, en Merced, pero antes por largo tiempo apostados en el Parque O’Higgins.

A fines del siglo XIX, cuando el magnate del carbón Matías Cousiño y su familia eran dueños de esa extensa área verde, pensaron en decorarla. Para ello, encargaron estas figuras mitológicas a Francia y una vez llegadas a la capital fueron instaladas, una frente a otra, equidistantes, al lado de la laguna del parque.

Sólo en abril de 2002, la familia Cousiño donó estos ejemplares a la Municipalidad de Santiago, la que los ubicó en la mencionada esquina. “Ahora están más cerca una junto a la otra, no separadas”, comenta Roba.

El escultor y restaurador Luis Montes Becker se encargó este año de levantar la estatua de Manuel Montt y Antonio Varas -de un siglo de antigüedad y 16 toneladas de peso- desde la plaza de los Tribunales de Justicia hasta su taller en La Pintana. Debía reparar un par de grietas y resguardarla mientras se ejecutaran los estacionamientos subterráneos en el sector.

Antes de embalarla, fue necesario analizar la figura durante un mes y medio. “Para levantarla no se usaron cadenas, porque dañan el material”, cuenta Montes Becker.

Lo que continuó fue similar a lo que se hizo con Pedro de Valdivia en su época. “Sólo así pueden durar 100 años más”, asegura el restaurador.

Fuente: La Tercera

No hay comentarios:

Publicar un comentario