16 de abril de 2012

Un café turco cargado a la tertulia

Don Julio lleva dos décadas en el barrio de las cafeterías. Más allá de los dulces árabes que ofrece, su local es un espacio para debatir diferentes temas durante horas.

Por la calle Merced suben los autos y los buses del Transantiago, pero dentro del café turco de Julio Gutiérrez (¡González?) no vuela ni una mosca. La mampara de vidrio y metal se abre y entra un caballero de bastón que se sienta en la única mesa ocupada, la misma en la que están Julio y una pareja de jóvenes hojeando el diario del día domingo. Ninguno consume nada.

El hombre saluda y entra en conversación con el dependiente, hablan del origen del nombre Malvinas y de las pruebas de misiles en el sur de la isla Navarino. El visitante enciende un cigarrillo, dice que viene a pasear su regalo de cumpleaños número 71, su camisa nueva. Al rato termina el cigarro, se levanta, como asiduo que es, se despide de los presentes y se va. No compró nada. Don Julio y los comensales siguen en lo suyo. No vuela una mosca al interior de la cafetería que tiene instalada desde 1992 en Merced 372, a la que denomina la "conversería". Porque en su lógica, el café turco que ofrece es sólo una excusa, el giro no comercial del negocio es la conversación.

La puerta se vuelve a cerrar y la vista de Julio Gutiérrez no se despega de ella mientras trata de recordar el momento en que las charlas espontáneas que se daban en su pequeño local dieron paso a encuentros más coordinados. Entonces evoca a su amigo Juan Carlos Ferrero, dueño de la desaparecida librería Cronopios, de calle Lastarria, con quien compartía tertulias que llegaron a convocar a 200 personas en la sede de la CUT a comienzos del nuevo siglo. Ese fue el antecedente del club del debate que desde hace cinco años realiza la Universidad de Los Lagos en el café, el que convoca hasta 15 personas lunes por medio. Los domingos se organiza de forma casual una charla también abierta y espontánea. Los temas que tocan van desde economía hasta historia. Y toman largas horas.

Casi de manera natural, jóvenes artistas comenzaron a hacerse asiduos al local, entre ellos el músico electrónico Andrés Bucci, actualmente radicado en Alemania, quien compuso un disco llamado Don Julio's conversería, el que fue editado en formato vinilo en Canadá en febrero de 2006, con lanzamiento simultáneo en el café de calle Merced.

El 11 de septiembre de 1973, Julio Gutiérrez estaba en Inglaterra por orden de la Armada perfeccionándose en su especialidad: Ingeniería en Ejecución en Electricidad. Al volver en 1975 abandonaría la institución por razones políticas.

"Hice los trámites para irme a Australia, y un día, de vuelta de la embajada, me puse a caminar hacia mi casa en Independencia y pasé por esta calle (Merced) y vi el local. No recuerdo qué había en él, pregunté si estaba al arriendo y lo arrendé sin saber mucho lo que iba a hacer", señala.

Por años lo tuvo como venta de ropa americana. Hasta que aprendió a preparar dulces árabes.

"Me enseñó el dependiente de un negocio que había en Vivaceta, donde vendían la masa, lo primero que aprendí fue a preparar el baklava, el famoso pastel árabe", explica.

Los vendió en un principio en el Bombón Oriental, lugar donde trabajó durante los años 70 y gran parte de los 80, pero del cual se independizó a fines de la dictadura.

"Para mí este lugar era un refugio de lo que sucedía afuera, estar acá tenía un sentido: juntarse a conversar. Sigue siendo un refugio hoy, quizás aún más con la comercialización de todo".

Para él, el bullado auge del barrio Lastarria-Bellas Artes es simple esnobismo. "Me parece curioso que aparezcan restaurantes en el sector a los que no va gente del barrio, porque este es un barrio de clase media endeudada, y que en sus cartas, exhibidas en plena calle, diga que un pollo cuesta 25 mil pesos. No sé qué resurgimiento es ese".

Su filosofía es distinta. "Si un cliente, luego de consumir una empanada, me paga con tarjeta, le regalo la empanada. Nunca voy a usar tarjetas en mi negocio, porque esto no tiene que ver con cuánto se venda en caja, sino con pasarlo bien. De hecho, no tenemos hora de apertura ni cierre".

Roberto Bruna es filósofo y tiene su "oficina" en la única mesa cuadrada de las cuatro que hay en el lugar, en ella escribió su tesis de magíster. "Llegué hace 15 años acá y me instalé, entre otras cosas, porque acá puedo fumar sin que nadie me moleste. Hoy todos los amigos que tengo son de acá, es como una generación de gente que se conoció en el café. No son clientes, son amigos".

En un momento más se pasará a la mesa grande para la charla que va a dar una experta sobre Cuba. Siempre en medio de la rústica ornamentación que su dueño ha armado con el paso de los años: esculturas de madera de artistas jóvenes, un biombo metálico con una guitarra colgada que compró en La Vega, una lámpara de bronce de un buque a vela que compró en Puerto Montt y algunos cuadros regalados. Lejos de los aires de diseño que invadieron el barrio cuando la "conversería" ya llevaba un buen tiempo instalada ahí.

Por: Vadim Vidal
Fuente: La Tercera

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