20 de febrero de 2012

Los 90 años del muñeco de "Donde golpea el monito"

Fuente: La Tercera

Tac, tac, tac. Un incesante golpeteo resuena contra la vitrina. En la calle 21 de Mayo algunos transeúntes se detienen a mirar. Al otro lado del vidrio, el responsable, un muñeco mecánico de ojos grandes y sonrisa burlona que mueve su cabeza de un lado a otro y que con su bastón le pega al escaparate sin descanso. Lleva 90 años en lo mismo. Es la cara símbolo de la Fábrica Unida Americana de Sombreros o mejor conocida como la tienda Donde golpea el monito.

"Se mantiene bien para su edad", bromea Paula Díaz Tamayo, parte de la quinta generación familiar a cargo de la sombrerería más añosa de la capital.


La figura de madera y yeso ha tenido cinco reparaciones en todos estos años, mantenciones que no han sido otra cosa que retoques de pintura y revisión de su sistema eléctrico (ver infografía). "Antes de Navidad se sacó de la vitrina para que fuera reparado, porque había fallado. La gente se enojó y exigía el monito de vuelta, sobre todo las señoras que lo han convertido en un mito. Le piden cosas. Incluso le dejan cartas y regalos" agrega.

El nonagenario maniquí, que "trabaja" nueve horas al día, fue traído en 1922 en barco desde Francia para una vitrina de una tabacalera. Sin embargo, el envío tardó más de lo esperado y al pisar tierra firme, la compañía había quebrado. Oportunidad que aprovechó el español José Sordo para adoptarlo y llevarlo hasta su local. Ya era una sombrerería concurrida cuando partió en 1915, pero con la llegada del monito, el boom y el asombro no se hicieron esperar. Tanto era su uso como referencia al decir "nos juntamos donde golpea el monito", que el dueño le dio un segundo nombre a la tienda.

Desde entonces no se ha movido. Pasan las décadas y este anfitrión delgado y de largas pestañas se mantiene imperturbable. Ni la visita de Presidentes de la República, artistas y animadores de televisión lo sacan de su tranquilidad. "Ni siquiera el terremoto lo movió de su sitio. De hecho, pese al movimiento, ni siquiera se le cayó el sombrero", recuerda la tataranieta del primer dueño.

El único ajetreo que debe vivir cada cierto tiempo es el cambio de vestuario. El maniquí tiene modista propia, que va renovando los trajes que se destiñen con el sol y que varían de acuerdo con la época del año. Puede lucir pantalones listados y manta de huaso y hasta ataviarse como Viejo Pascuero con barba incluida. Sin embargo, se desconoce el paradero de su traje original, precisamente de un botones de hotel, tal como se lo muestra en el letrero exterior del local y en la imagen corporativa presente en tarjetas y cajas.

El monito es parte del atractivo turístico de la capital. De hecho, el 2010 el Ministerio de Bienes Nacionales lo incluyó en la ruta patrimonial del Bicentenario, junto a los hitos cercanos de La Piojera, la Estación Mapocho y la Iglesia Recoleta Franciscana.

Hace ya un tiempo, Paula tiene la idea de hacer una ruta del sombrero. Una visita guiada a la tienda que incluya mostrar la confección de los productos estrella, proceso que hasta ahora es reservado sólo para los trabajadores y la familia.

Más allá del muñeco, la tienda en sí misma es una invitación a la nostalgia. En el local todo habla del siglo pasado. Desde el mobiliario, el piso en distintos tipos de madera y las cajas originales Canadian, hasta las vitrinas de vidrios biselados y los enormes espejos que superan los dos metros de ancho, rematados en unos palacetes del viejo Santiago. "Mi abuelo me contó que un día una persona entró y no dejaba de mirarse en el espejo. Le llamó la atención y al rato supo que el cliente había reconocido los espejos de los salones de la casona de su familia, en donde se hacían bailes y fiestas y de los que había sido testigo siendo un niño", revela Paula.

El maniquí está rodeado por los efluvios del Mercado Central y las tiendas de lanas y botones. Hoy, abuelos que fueron clientes llevan a sus nietos a mirarlo sonreír.

En 1915 el uso de un buen sombrero era sinónimo de distinción, moda que se fue perdiendo con el tiempo, pero que en los últimos años ha retomado vuelo.

En la Fábrica Unida Americana de Sombreros se pueden mandar a hacer piezas a pedido, para lograr un calce perfecto de acuerdo con la cabeza del comprador. También, se puede elegir entre una amplia variedad de productos traídos de España y Estados Unidos, o los de manufactura propia y artesanal, específicamente en lo que se refiere a la vestimenta de huaso.

En la tienda se pueden encontrar turbantes, jockeys, gorras griegas, quepis estilo Guerra del Pacífico, blancos de huincha negra, tipo Indiana de cuero y chupalla de trigo.

El sombrero más costoso es uno fabricado con pelo de nutria, que se vende a 80 mil pesos, mientras que el más económico, un gorro pescador a 3.600 pesos.

El interés que despierta la sombrerería y su muñeco se ha mantenido en el tiempo. "Aquí viene gente todos los días. Se toman unas 20 fotos diarias. Ha venido National Geographic. Todos quieren conocer la historia del monito, porque es difícil encontrar un lugar que se mantenga inalterable en el tiempo. Aquí hay magia", remata Paula Díaz.

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